Escrito por: Jose Aldana
Siglos atrás Maquiavelo nos enseñó que un Estado fuerte debe basar su política en opciones claras y seguras y en una fuerte organización interior, justificando cualquier medio de lucha política para alcanzar ese poder y mantener las riendas firmes de un estado.
Según esto, el Presidente depuesto, Manuel Zelaya, a quien me referiré cariñosamente en ese artículo como “Meli”, no consideró prudente plantear este tipo de estrategias mientras estuvo en el poder y rodearse así de elementos seguros que le permitieran aferrarse tanto o más al poder como lo ha hecho Hugo Chávez en Venezuela o Rafael Correa en el Ecuador. A lo mejor, “Meli” haya tenido buenas intensiones en su iniciativa por la cuarta urna, pero como político le faltó le olfato y colmillo para prevenir y enfrentar el porrazo que se avecinaba. Ese fue su primer error. No adelantarse a los acontecimientos, mucho menos prevenir y hacer las respectivas alianzas antes acometer contra la institución castrense. Inocencia diría yo, ingenuidad dirán otros. El trabajo de todo buen gobernante es estar un paso siempre al frente. Correr el menor riesgo posible y dimensionar la condición en la que se encuentra antes de dar un paso arriesgado. En este caso Meli se arriesgó y lastimosamente perdió.
Con todo respeto “Meli”, con la misma confianza que tuvo para promover su cuarta urna, destituir a sus oficiales militares, retirar las urnas de la base aérea Hernán Acosta, y hacer caso omiso a los señalamientos de sus colegas políticos, con esa misma confianza, tuvo que haber hecho el llamado urgente, pletórico, gigante de un líder poderoso a las masas de su querido pueblo una vez depuesto ante semejante situación, en lugar tomar una actitud de víctima, señalando una y otra vez que se le sacó en pijamas, que fue golpeado y subido en un avión con destino directo a Costa Rica antes de que pudiera decir siquiera “buenos días”.
No “Meli”, hay cosas que deben hacerse y decirse en el momento justo, sin tapujos ni medias tintas, cuando las cosas todavía están calientes y no cuando los ánimos comienzan a mermar. Por eso, “Meli”, ese ha sido su segundo error, no haber hecho inmediatamente un llamado brutal a toda la población a repudiar lo ocurrido y a unirse en protestas para defender su democracia y soberanía de la constitución.
Pero no sólo fue eso, a casi un mes de su destitución, insta a sus seguidores a la insurrección popular, cuando semanas después advertía que “no deseaba que se siguiera derramando sangre de personas inocentes”.
¿En qué quedamos?
La virtud fundamental de todo gobernante es la prudencia. En lo que a mi respecta, su capacidad de manipular situaciones, ayudándose de cuantos medios precise, ha sido muy poco nutrida, por no llamarle nula.
El apoyo incondicional de las masas ha sido siempre crucial en los movimientos políticos a lo largo de la historia. En comparación a los sucesos ocurridos en Venezuela en 2002, cuando millones de venezolanos salieron a las calles a protestar y el ejército se dividió a favor y en contra de aquellos golpistas, el golpe en Honduras apenas alcanzó unas pequeñas llamaradas de rebeldía.
Eso es signo de que el pueblo hondureño no estaba del todo feliz con usted. Eso fue, desde un inicio, otro craso error. No se echó el pueblo en la bolsa, no ganó su simpatía, generó dudas y esto dejó gran campo de maniobra para sus oponentes de derecha. Ni modo Meli, muy tarde aprendiste la lección.
De continuar así, la situación actual de Honduras sufriría un retraso de cincuenta años en su economía doméstica, mas un autoexilio de todos los organismos internacionales y de ayuda económica. Meli, deberá bajar los brazos y dejar sabiamente de intentar regresar a su país resolviéndolo todo por la vía pacífica. Hacer méritos en el extranjero como el peregrino que se ha convertido. Acudir a la presión de la Reina (EE.UU) y esperar a que las elecciones se realicen lo más antes posible para conocer la soberana voluntad de las mayorías.
Los hondureños, si son inteligentes, sabrán discernir entre lo que les conviene y lo que no. Es Honduras contra ellos mismos. Nadie podrá meter la mano a la fuerza sino los mismos hondureños. Tendrán que resolver su problema por ellos mismos antes de perecer en las agendas prioritarias de los demás países del mundo.
El golpe de estado en Honduras es una lección para cualquier gobernante latinoamericano. No se requiere sólo cara bonita, sombrero ancho, ni botas, ni bigotes gruesos para gobernar. Un gobernante debe ser un líder admirado, incluso adorado (como Fidel) para mantenerse tantos años como quiera en el poder. Prudente y astuto como la misma historia nos lo ha enseñado en nuestros países pobres y tercermundistas y que sepa rodearse de gente leal y de ser posible poderosa para ayudarle a mantener el poder. En realidad no es del golpe sino de Zelaya de quien debemos aprender. De la sabiduría, prudencia y astucia (como lo enseña Maquiavelo) dependerá que estos lamentables hechos no vuelvan a ocurrir en Latinoamérica jamás. Espero en Dios que esta sea una lección de oro para los demás países del istmo centroamericano y un llamado urgente a proteger instituciones y organización interior de nuestra nación. La verdad no me quiero imaginar a Funes en tales circunstancias, espero con ansias que no vuelva a ocurrir.
Jose Aldana
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